Cartas Pastorales

El Evangelio de Hoy Domingo 12 noviembre 2017

Mt 25,1-13

Hijitos, es la última hora

Acercándonos ya al fin del año litúrgico, leemos en este Domingo XXXII del tiempo ordinario la parábola de las diez vírgenes que esperan al Esposo. Esta es la primera de las tres parábolas del Capítulo XXV del Evangelio de San Mateo y es parte del así llamado «discurso escatológico» de Jesús, es decir, su discurso acerca de los eventos últimos, sobre todo, de su venida gloriosa, que pondrá fin a la historia humana. Ya ha repetido Jesús poco antes: «Como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre… Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre… ustedes estén preparados, porque en la hora que no piensen, vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 27, 37,44).

La revelación sobre la venida gloriosa de Jesús –la Parusía–, que ocurrirá en el último día –el Día del Señor–, es uno de los puntos firmes de su enseñanza. Lo profesamos en el Credo: «De nuevo vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos». Sin embargo, Jesús no tiene mandato de revelar el momento, excepto que será cuando menos se piense: «De aquel día y hora, nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mt 24,36). Dada esta indefinición, en los primeros años, los discípulos de Cristo pensaron que ese día estaba cercano. Cuando escribió San Pablo sus primeras cartas –1 y 2 Tesalonicenses; 1 y 2 Corintios, escritas entre los años 51 y 57 d.C.–, pensaba que él estaría vivo para gozar de ese singular evento: «Hermanos, les decimos esto como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo… bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro  del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor» (1Tes 4,15-17). Y también: «Miren, les revelo un misterio: No moriremos todos, pero todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final…, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados» (1Cor 15,51-52). Hacia el fin de su vida, en cambio, cuando escribió su carta a los Filipenses (año 63 d.C.), San Pablo ya piensa que la Venida del Señor no será inminente y que será más bien él quien vaya al encuentro de Cristo: «Hermanos, para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia… Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual es, lejos,  lo mejor; por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para ustedes» (Fil 1,21.23-24).

El Evangelio de San Mateo se escribió más tarde –después del año 70 d.C.– y ya se tenía la convicción de que, antes de la Venida de Cristo, habría tiempo para la difusión del Evangelio a todos los pueblos y en este sentido se entendían las palabras de Jesús: «Se proclamará este Evangelio del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todos los pueblos. Y entonces  vendrá el fin» (Mt 24,14). Así se entiende el mandato misionero: «Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos…» (Mt 24,14; 28,19). En la parábola de las diez vírgenes que esperan al Esposo se refleja esta convicción en la circunstancia: «El Esposo tardaba».

«El Reino de los Cielos es semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del Esposo». ¿Por qué presenta Jesús la situación irreal de diez vírgenes que esperan a un solo Esposo? Porque de esa manera enseña que el amor de todo cristiano hacia él debe ser amor esponsal, es decir, exclusivo, total y fiel; todo cristiano debe esperarlo a él con la misma intensidad con que espera la esposa el regreso del Esposo amado.

Jesús prevé, sin embargo, que en muchos la intensidad de esa espera se extinguirá: «Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes». ¿En qué difieren? «Las necias, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas, tomaron aceite en las alcuzas». Se entiende que la medida del aceite de esas vírgenes representa la medida de su amor hacia el Esposo. El amor de las vírgenes prudentes no se extinguirá por más que el Esposo tarde. Esta diferencia no se hace evidente, sino cuando el Esposo está a la puerta: «A media noche se oyó un grito: “¡Ya está aquí el Esposo! ¡Salgan a su encuentro!”».

Las vírgenes necias piden a las prudentes compartir con ellas su aceite. Pero éstas replican: «No, no sea que no alcance para nosotras y para ustedes». ¿No es esta una actitud egoísta? Hemos dicho que la medida del aceite representa la medida del amor al Esposo y la intensidad de la espera. Excluyendo la posibilidad de compartir ese aceite, Jesús quiere expresar que ese amor es propio e intransferible. La conclusión de la parábola es una severa advertencia a quienes no lo aman y no lo esperan: «Se cerró la puerta». Y cuando llegaron las vírgenes necias pidiendo ser admitidas, el Esposo les respondió: «En verdad les digo que no las conozco».

Esa relación entre el amor a Cristo y la intensidad de la espera la expresa San Pablo en la conclusión, escrita por su propia mano, de su primera carta a los Corintios: «Si alguien no quiere al Señor, ¡sea anatema! Marana tha (Señor, ven)» (1Cor 16,22).

¿En qué etapa de la historia humana nos encontramos, como es representada en la parábola de las diez vírgenes? Nos encontramos ciertamente en la última etapa, cuando ya ha resonado en el mundo el grito: «¡Ya está aquí el Esposo!». En efecto, la revelación bíblica se cierra en la última página del Apocalipsis con este diálogo: «El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”… Dice el que da testimonio de todo esto: “Sí, vengo pronto”. “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”» (Apoc 22,17.20). La Iglesia quedó entregada a la espera de su Señor, que será breve, como nos advierte el Apóstol San Juan: «Hijitos, es la última hora» (1Jn 2,18).

 

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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