Cartas Pastorales

El Evangelio del Domingo 21 abril 2024

Domingo de Pascua 4-B

Jn 10,11-18

Yo doy mi vida por las ovejas voluntariamente

El Domingo IV de Pascua recibe el nombre de «Domingo del Buen Pastor», porque en los tres ciclos de lecturas se lee respectivamente una parte del Capítulo X del Evangelio de Juan en el cual Jesús, recurriendo a la conocida analogía del Antiguo Testamento, declara: «Yo soy el buen pastor».

Decimos que Jesús recurre a una analogía del Antiguo Testamento, porque es imposible no pensar en el conocido Salmo 23, en el cual el fiel judío aplica la analogía del pastor a Dios mismo: «El Señor (Yahweh) es mi pastor». Es conmovedora la solicitud amorosa de ese Pastor que atestigua el salmista: «Nada me falta; por prados de fresca hierba me apacienta; hacia las aguas de descanso me conduce; conforta mi alma… ningún mal temeré, porque Tú vas conmigo… rebosante está mi copa; sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida…» (cf. Salmo 23). Todo eso quiere Jesús atribuir a sí mismo, cuando, asumiendo el lugar de Dios, declara dos veces: «Yo soy el buen pastor». Es como si dijera: «Yo soy quien da cumplimiento a todo lo que dice el Salmo 23». Es una declaración de su condición divina. Pero, dado que todo lo que está en el Evangelio tiene en cuenta la Encarnación del Hijo de Dios, con su declaración: «Yo soy el Buen Pastor», Jesús quiere expresar que este título le corresponde también como hombre verdadero, que comparte con nosotros la naturaleza humana. Al menos tres cosas dice Jesús con su declaración: «Yo soy el buen pastor», dos de ellas afirmadas explícitamente.

«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas». En la sentencia inmediatamente anterior Jesús había dicho, haciendo referencia a su Encarnación: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». ¿Cómo es posible que Aquel que vino para que nosotros tengamos vida en abundancia −se entiende comunicando a nosotros la vida divina que Él tiene−, Él mismo, en cuanto Buen Pastor, entregue su vida, es decir, muera? Es la traducción al español la que conduce a esa paradoja, porque, en realidad, Jesús ha usado dos términos distintos, que nuestro leccionario y, en general, las otras traducciones al español traducen con el mismo término «vida». Cuando Jesús dice: «He venido para que tengan vida» usa el término griego «zoé», el mismo que usa cada vez que repite la expresión «vida eterna» (zoé aiónios). Esta vida, que Él nos comunica en abundancia, Él no puede perderla, así como nosotros, una vez que la hemos recibido como puro don, nunca debemos perderla por nada de este mundo. Esta es la gracia santificante que el Catecismo define así: «La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida» (N.1999; 2023). Esta vida se pierde solamente con el pecado, que en Cristo no tiene cabida alguna. Pero tampoco debe tener cabida en los cristianos, según el sabio consejo que daba San Luis a su hijo, que debía reinar después de él: «Hijo, debes guardarte de todo… pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal».

En cambio, cuando Jesús dice: «El buen pastor entrega su vida por las ovejas», usa el término griego «psyché», que es esta vida nuestra humana. Muriendo en la cruz Jesús entregó esta vida. Nos amó hasta el extremo, cumpliendo así lo que había declarado: «Nadie tiene un amor más grande que este: que alguien entregue su vida (psyché) por sus amigos» (Jn 15,13). El Buen Pastor entonces es el que entrega esta vida por sus ovejas. Ama el bien de sus ovejas más que su propia vida. Es lo que vemos en santos como San Alberto Hurtado, el santo Cura de Ars y tantos mártires, como San Maximiliano María Kolbe, que entregó su vida para que otro de los prisioneros en ese campo de concentración de Auschwitz conservara la suya.

En la segunda de sus declaraciones Jesús agrega esta característica suya: «Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí». El conocimiento de Jesús por sus ovejas es un conocimiento lleno de interés, de afecto, de cuidado, en una palabra, lleno de amor. Ya sabemos que en la lengua que Jesús hablaba, el verbo «conocer» es casi sinónimo de «amar». La sede del conocimiento para un judío no es la cabeza, es el corazón. En cambio, cuando agrega: «Las mías (mis ovejas) me conocen a mí», se refiere a un don de su Padre porque, como asegura en otro lugar, «nadie conoce el Hijo, sino el Padre» (Mt 11,27). Por eso explica de qué conocimiento se trata con una comparación asombrosa: «Mis ovejas me conocen a mí, como me conoce el Padre». El conocimiento de Jesús es, por tanto, un don de Dios estrechamente relacionado con la vida divina que Dios infunde en nuestros corazones. Así los vincula Jesús en su oración sacerdotal en favor de sus discípulos: «Esta es la vida eterna (zoé aiónios), que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesús Cristo» (Jn 17.3). Bien distingue San Pablo el conocimiento humano sobre Jesús, adquirido por medio del estudio, del conocimiento divino que nos concede Dios en la oración: «Si hemos conocido a Cristo según la carne, ya no lo conocemos así» (2Cor 5,16).

Decíamos que eran, al menos, tres las cosas que nos enseña Jesús con la alegoría del Buen Pastor −el evangelista la llama «parábola» (Jn 10,6). La tercera es la total y perfecta alineación de su voluntad con la de su Padre. En efecto, refiriendose el don de su vida (psyché), Jesús declara: «Nadie me la quita; Yo la doy voluntariamente». Él se precipita a entregar su vida por amor a nosotros, −¡nadie tiene amor más grande!− y lo hace por su propia voluntad. Pero, al mismo tiempo, esa voluntad suya humana está perfectamente alineada con la voluntad divina: «Este mandato he recibido de mi Padre»,

La Iglesia ha dado a los hombres que reciben el Sacramento del Orden en el grado de presbíteros y Obispos el título de pastores, porque anhela ver en ellos cumplidas las condiciones del Buen Pastor que Jesús indica cumplidas en su propia Persona. Por eso, dada la escasez de quienes reciben ese Sacramento y están dispuestos a imitar a Jesús es su condición de Buen Pastor, desde hace 61 años, la Iglesia ha celebrado este Domingo del Buen Pastor como «Jornada de Oración por las vocaciones». En realidad, el llamado de Dios al sacerdocio no falta; lo que falta es la generosidad de aquellos a quienes Él llama para responder a ese llamado a entregar la vida por la salvación de los hermanos. Debemos seguir repitiendo cada vez con más fuerza la invitación formulada por Papa San Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica «Les daré pastores»: «Ha llegado el tiempo de hablar valientemente de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana». (Pastores dabo vobis, N. 39,2). La Iglesia ora para que sean muchos los que abracen esa vida.

+Felipe Bacarreza Rodríguez

Adm. Apostólico de Santa María de los Ángeles

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