Cartas Pastorales

Contemplar el Evangelio de hoy lunes 9 de diciembre de 2022

Día litúrgico: Viernes 2 de Adviento

Texto del Evangelio (Mt 11,16-19):

Jesús dijo a la multitud:

¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: “¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!”

Porque llegó Juan el Bautista, que no come ni bebe, y ustedes dicen: “¡Está endemoniado!” Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras.

Palabra del Señor.

Reflexión

Hoy del corazón infinitamente paciente de Jesús se escapa un lamento: ¿cómo puede suceder que la criatura “hecha para Dios”, íntimamente orientada a él, pueda ignorarle? Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido su verdadero rostro; por eso no cesa de llamar a nuestra puerta. Él concede un nuevo tiempo a la humanidad precisamente para que todos puedan llegar a conocerlo.

Dios viene al encuentro del hombre, pero el hombre— particularmente el hombre contemporáneo— se esconde de Él. Algunos le tienen miedo, como Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia. A Jesús le duele nuestro corazón, demasiadas veces inconformista y desagradecido.  Nunca estamos contentos; siempre nos quejamos, ¡mucha protesta y poca alegría! Incluso nos atrevemos a acusarle y a echarle la culpa de lo que nos pasa e incómoda. Su generación y también la nuestra, padece el mal de la indiferencia, ese estado de reposo emocional que, en definitiva, no se sorprende ni se apasiona por nada. Así es la dureza del corazón cuando se vuelve incensible, nada le conmueve.

Uno podría preguntarse ¿Pero, ¿qué quieren? Y la respuesta de ayer y de hoy, muchas veces es: ¡queremos salvarnos como nos gusta! Y esta respuesta, lamentablemente es siempre el cierre a la propuesta y acción de Dios.

Hoy se nos recuerda que el Señor no ha escatimado recursos, ni estilos para hacerse oír. Debemos ser honestos con nosotros mismos y reconocer que Dios ha hecho todo y más, con el fin de que nosotros regresemos a él.

La parábola de los niños que juegan en la plaza deja en evidencia que los judíos, al no comprender al Bautista, tampoco pueden entender a Cristo. Con Juan deberían haberse dolido de sus pecados; es lo que pedía su “canto”, su predicación. Con Jesús deberían vivir el gozo de la conversión, ya que inaugura el reino de gracia y bendición de Dios. Pero aquella generación no supo hacer en cada momento lo que debía.

Dos estilos tan diferentes, Juan y Jesús, de severa penitencia el primero y de próxima humanidad el segundo, dieron el mismo resultado negativo por culpa de quienes no querían ser interpelados a la conversión del corazón.

En el fondo, no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo que sabe mal a los fariseos es que es “amigo de publicanos y pecadores”, que ha hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados pecadores, que han sido marginados por la sociedad. La queja la repetirá Jesús más tarde: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste.

¿Cuál será la excusa de nuestra negativa, si no nos decidimos a entrar en el Adviento y a vivir la Navidad?

El retrato de muchos cristianos que no se toman en serio a Cristo Jesús en sus vidas puede ser en parte el mismo que el de las clases dirigentes de Israel, al no aceptar ni a Juan ni a Jesús: terquedad, obstinación y seguramente también infantilismo e inmadurez.

Hay personas insatisfechas crónicas, que se refugian en su crítica, o ven solo lo malo en la historia y en las personas, y siempre se están quejando.

¿Estamos atentos a la escucha y cumplimiento de los mandatos del Señor? ¿Sabemos descubrir la presencia escondida de Dios en los acontecimientos cotidianos?

Señor Jesús, enséñanos hoy a vivir y juzgar según tu sabiduría para evitar el capricho infantil de los descontentos. Para vencer nuestra rutina, haznos experimentar la urgencia de una decidida conversión a tu Reino. Así no frustraremos tu designio sobre nosotros. Amén.

Bendiciones.

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