Cartas Pastorales

Contemplar el Evangelio de hoy martes 13 de septiembre de 2022

Día litúrgico: Martes 24 del tiempo ordinario

13 de Septiembre: San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Lc 7,11-17):

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.  Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, Yo te lo ordeno, levántate”.

El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”.

El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Palabra del Señor.

Reflexión

San Lucas nos narra hoy la resurrección del joven de Naím. A diferencia del milagro que leímos ayer, en este caso no hay ningún ruego ni pedido. Hoy es Jesús quien se encuentra con esta madre que llora desconsolada y, compadecido toma él la iniciativa de acercarse y ver que puede hacer por ella.

Jesús no es indiferente a las lágrimas y al sufrimiento de esta pobre madre viuda que llora la muerte de su único hijo, y conmovido frente a sus lágrimas, se acerca para hacer surgir la vida y sacarla del dolor y del duelo que la aflige.

El cortejo fúnebre, que sale por la puerta de la ciudad de Naím en dirección al cementerio, se detiene, y Jesús luego de pedir a la atormentada madre que no llore, se dirige al joven muerto: «Joven, yo te lo ordeno: Levántate». Jesús le habla como si estuviera vivo. Y aquel joven, que parece oír la voz de Jesús, se levanta y empieza a hablar. Jesús «lo entrega a su madre» para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.

Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.

La escena de hoy nos interpela a cada uno de nosotros en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Jesús. Cuando nos encontramos con personas que sufren, porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, debemos como Jesús detenernos un momento y atrevernos a tocar su dolor, a compartir su silencio, sus lágrimas, incluso su muerte.

Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo a los jóvenes ‘’joven, levántate”, también podrá oírse la misma reacción que entonces: “En verdad, Dios ha visitado a su pueblo”. La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden.

Jesús resucitado, sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y eficaz, de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya.

El sacramento de la reconciliación, ¿No es la aplicación actual de las palabras de Jesús, ‘’joven, a ti te lo digo, levántate”? La unción de los enfermos, ¿No es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu? La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿No es garantía de resurrección, como él nos prometió: “el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre”?

¿Qué hago para levantar al hermano que está caído? ¿Pedimos al Señor en nuestra oración para que mitigue las penas y dolores de las personas que sufren física o espiritualmente?

El contacto contigo, Señor, en tu Palabra y tus sacramentos despierta tu gesto creador que da vida al hombre. Haznos testigos de tu amor que hace presente el Reino y resucita los corazones. Amén.

Bendiciones.

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