Cartas Pastorales

El Evangelio del Domingo 11 julio 2021

Domingo 15−B

Mc 6,7-13

Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos

El Evangelio de este Domingo XV del tiempo ordinario nos relata un momento fundamental en la vida y misión de Jesús. El evangelista Marcos lo ubica inmediatamente después de la visita de Jesús a su pueblo y lo introduce así: «Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos».

El lector ya conoce a los Doce, porque el evangelista ha relatado el momento en que Jesús los instituyó y nos ha dicho el nombre de cada uno de ellos. La importancia que atribuye a ese grupo se deduce de la repetición: «Jesús instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro, a Santiago el de Zebedeo y a Juan…» (Mc 3,13-17). El número de doce revela la intención de Jesús de constituir con ellos un nuevo pueblo de Dios, del cual el Israel histórico, formado por doce tribus, es figura y anuncio. La relación entre estos Doce y los doce patriarcas, hijos de Jacob, que dan origen a las doce tribus de Israel, la establece Jesús mismo: «Yo dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22,29-30).

La finalidad para la cual Jesús los instituyó es explícita: «Para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios». En ese momento, éstas parecen dos finalidades contradictorias. Pero, en el momento en que este Evangelio se escribió (hacia el año 70 d.C.), los apóstoles ya habían experimentado claramente que dondequiera que ellos iban a predicar el Evangelio, iba Jesús con ellos, en cumplimiento de su promesa: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del tiempo» (Mt 28,20).

Hasta aquí, en la lectura de Marcos, hemos visto que se cumple la primera finalidad; ellos lo han dejado todo para seguir a Jesús y están con Él cuando predica en aquellas sinagogas de Galilea, cuando expulsa demonios, sana enfermos, calma la tormenta en el mar, etc. Pero no hemos visto que hayan sido enviados. Eso ocurre por primera vez en el Evangelio de hoy: «Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos». El verbo «enviar» en griego se dice: «apostello» y el enviado se llama «apóstol». Este envío es un comienzo que luego será continuo, hasta el punto de dar nombre a estos Doce –«apóstoles»– y constituirse en un rasgo esencial de todo discípulo de Cristo.

El nombre «apóstol» es propio del cristianismo y se reserva a un enviado por Cristo con la misión de hacer que todos los seres humanos sean discípulos suyos. No se llama con este nombre a un enviado por otro en otros ámbitos de la vida humana, económico, político, social, familiar, etc.

En el lugar paralelo, Mateo, que tiene como fuente a Marcos, dice simplemente: «A estos doce envió Jesús» (Mt 10,5). Este evangelista organiza el envío en dos momentos. El primero se restringe a Israel: «No tomen camino de gentiles ni entren en ciudad de samaritanos; dirijanse más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10,5-6). El envío definitivo, el de Jesús resucitado, cuando Él, con su muerte en la cruz, había obtenido la redención de todo el mundo, se dirige a todos los pueblos, sin exclusión alguna: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). Esta es la continuación de aquella misión que comenzó allá en Galilea con el envío de los Doce. Es un rasgo de la Iglesia de Cristo que seguirá hasta el fin de los tiempos. Por eso confesamos: «Creo en la Iglesia… católica y apostólica».

Dijimos que el apostolado difiere de toda otra misión de este mundo. En efecto, para esta misión no hace falta dinero ni algún otro recurso material; al contrario, Jesús manda prescindir de ellos. Lo único necesario es lo que Él da a sus enviados: «Les dio poder sobre los espíritus inmundos». Lo «inmundo» es lo que hace inhábil para acercarse a Dios y tener comunión con Él. Jesús vino al mundo para liberar al ser humano del poder de esos espíritus que lo mantienen alejado de Dios. Estaba anunciada desde el principio la derrota de la serpiente que alejó de Dios al primer hombre, Adán, y con él a toda la humanidad: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ésta te pisoteará la cabeza» (Gen 3,15). Por eso, Jesús, que es «nacido de mujer» (cf. Gal 4,4), comienza su misión liberando a un hombre de un espíritu inmundo y luego su ministerio se resume diciendo: «Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues lo conocían» (Mc 1,34). Ese es el poder que dio Jesús a sus apóstoles. Es el poder que tiene la Iglesia, que es el Cuerpo de Jesús y, por tanto, los miembros vivos de la Iglesia son también aquella «descendencia de la mujer» que pisotea la cabeza de la serpiente y libera a los seres humanos de su esclavitud. Los enviados ejercieron ese poder: «Yendose de allí, ellos predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban».

La misión de Jesús, el apostolado, que comenzó después de la visita de Jesús a su pueblo, se prolongará hasta el fin de los tiempos y compete a todos los discípulos de Cristo. Ningún cristiano debe concluir su jornada sin haber hecho algo por cumplir este envío en los ambientes en que se mueve. Un día en que nada hemos hecho por anunciar a Jesús es un día perdido, porque para eso está Él con nosotros «todos los días, hasta el fin de los tiempos».

                                                                                                + Felipe Bacarreza Rodríguez

                                                                                         Obispo de Santa María de los Ángeles

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