Cartas Pastorales

Contemplar el Evangelio de hoy lunes 5 de diciembre de 2022

Día litúrgico: Lunes 2 de Adviento

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26):

Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para sanar. Llegaron entonces unas personas trayendo a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para ponerlo delante de Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron por entre las tejas con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús.

Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: “Hombre, tus pecados te son perdonados”.

Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: “¿Quién es éste que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: “¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados”, o “Levántate y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- a ti te digo, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa”.

Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: “Hoy hemos visto cosas maravillosas”.

Palabra del Señor.

Reflexión

En el evangelio de hoy vemos la importancia que tiene la fe de los demás, aun para nuestra propia salvación. Fue precisamente por la fe y la cooperación de los hombres que llevaron al paralítico y se las ingeniaron para poder presentarlo, que Jesús le perdonó sus pecados y después hasta le dio la salud física.

A esta fe responde la acogida de Jesús y su prontitud en curarlo y también en perdonarlo. Le da una doble salud: la corporal y la espiritual. Así aparece como el que cura el mal en su manifestación exterior y también en su raíz interior. A eso ha venido el Mesías: a perdonar y a atacar el mal en sus propias raíces.

La reacción de los presentes es variada. Mientras unos quedan atónitos y dan gloria a Dios por las maravillas que hace en favor de los que sufren, otros se escandalizan de que alguien diga que puede perdonar los pecados, si no es Dios. Y como no pueden aceptar la divinidad de Jesús, en cierto modo es lógica su oposición.

El evangelio nos invita hoy también a nosotros, a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya no espera nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su autosuficiencia. O porque están desengañados.

Quizás hoy, a la luz de este texto nos damos cuenta del valor y lo poderosa que puede resultar la oración de interseción. ¿A quién ayudamos nosotros? ¿A quién llevamos para que se encuentre con Jesús y lo libere de su enfermedad, sea cual sea? ¿O nos desentendemos, con la excusa de que no es nuestro problema, o que es difícil de resolver? Además, nos tenemos que alegrar de que también a nosotros Cristo nos quiere curar de todos nuestros males, sobre todo del pecado, que está en la raíz de todo mal.

La afirmación categórica de que “el Hijo del hombre tiene poder para perdonar pecados” tiene ahora su continuidad y su expresión sacramental en el sacramento de la Reconciliación. Por mediación de la Iglesia, a la que él ha encomendado este perdón, es el mismo Cristo, lleno de misericordia, como en el caso del paralítico, quien sigue ejerciendo su misión de perdonar.

Jesús es el sanador por excelencia. Todo aquel que confía en él y se pone enfrente es curado. Tú y yo también estamos llamados en este tiempo, a ponernos delante del Señor para ser curados de nuestras parálisis. Confía en él. Jesús sabe dónde están nuestras heridas y sabe curarlas. Déjate perdonar en la oración, déjate mirar por el Señor. Ora metiéndote en la escena; no eres un espectador, tú eres ese paralítico que necesita ser curado. Deja que el Señor te toque.

Como comunidad cristiana ¿nos sentimos responsables de los miembros de la comunidad que pasan por alguna dificultad?

Señor Jesús, concédenos la gracia de tener un corazón misericordioso y sensible al dolor y las necesidades ajenas, por la sabiduría del Espíritu. Amén.

Bendiciones

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