Cartas Pastorales

Contemplar el Evangelio de hoy lunes 3 de octubre de 2022

Día litúrgico: Lunes 27 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 10,25-37):

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”

Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”

Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”.

“Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida”.

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”.

¿Cuál de los tres te parece que se porto como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”

“El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor.

Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.

Palabra del Señor.

Reflexión

El evangelio de hoy, nos coloca, ante una opción radical para vivir según el evangelio: dar a nuestro amor un horizonte universal. Un doctor de la Ley se dirige a Jesús y le pregunta: «¿Quién es mi prójimo?». Jesús le responde contándole la parábola del Buen Samaritano.

Es importante destacar en el texto de hoy la insistencia de Jesús en dos verbos que van unidos y equiparados: amar y vivir. Cuando al principio el escriba pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”, después de contestarse él mismo con toda exactitud sobre el amor a Dios y al hermano, Cristo le dice: “Haz tú lo mismo y tendrás la vida”. Y al acabar la parábola con la pregunta de Jesús y la respuesta del letrado, concluye el Señor: “Anda y haz tú lo mismo”.

Amar es vivir, es tener vida. Esa es la ecuación que establece Cristo. Él mismo es el buen samaritano que amó y redimió al hombre caído.

De los tres transeúntes de la parábola: el sacerdote, el levita y el samaritano, solamente este último tiene esa vitalidad del amor que no repara en molestias y no duda en complicarse la vida por los demás, siendo compañero del otro. Aviso para quienes piensan que su piedad y religiosidad les permite poseer a Dios, ser prudentemente egoístas y tener frialdad, malos modos y mal carácter con los demás. Perderíamos el tiempo si buscamos a Dios solamente en el empeño ascético, en las prácticas religiosas y en largas horas de meditación y oración alejadas de la vida y de los hermanos.

Solo el que ama a Dios y al hermano vive de verdad, porque es capaz de salir de sí mismo, de sus propios intereses y exigencias, para ponerse en el lugar de quien sufre, pasa necesidad, es frágil o está marginado. Quien ama de verdad puede ser acogedor y hospitalario con todos, aunque no sean simpáticos, ni agradables, ni dignos, ni humildes, ni educados, ni siquiera razonables.

¿Vivimos el evangelio del amor que el Señor nos propone como camino de salvación con radicalidad, sin prestar atención a las falsas predicaciones? ¿Con cuál  personaje de la parábola nos identificamos más,? ¿En los que pasan de largo o en el que se detiene y emplea su tiempo y su dinero para ayudar al necesitado?

¿Cuál es la virtud evangélica que debemos practicar para ser prójimo de todos nuestros semejantes?

Puesto que conocemos, Señor, tu misericordia que te inclina a apiadarte de nosotros pecadores, haz que por tu gracia vivamos para los demás, como prójimos de todo hombre y mujer que nos necesite, entregados a la apasionante tarea de amar a todos. Así el amor será nuestra vida y nuestra felicidad. Amén.

Bendiciones.

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