Cartas Pastorales

Evangelio del Domingo 18 septiembre 2022

Domingo 25−C

Lc 16,1-13

Todo es de ustedes; pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios

Continuamos en este Domingo XXV del tiempo ordinario la lectura del Evangelio de Lucas, donde la dejamos el domingo pasado, después de la parábola del Hijo Pródigo. Lucas nos transmite una parábola que no se une con lo anterior más que con estas palabras: «Decía también a sus discípulos: “Era un hombre rico…”». Es una parábola que encontramos solamente en el Evangelio de Lucas; los otros evangelistas no la transmiten, o porque no la conocieron o porque no la entendieron. De hecho, se trata de una parábola de difícil comprensión, más aún porque no se indica en qué circunstancias fue pronunciada por Jesús.

«Era un hombre rico que tenía un administrador y éste fue denunciado ante él de dilapidar sus posesiones. Llamandolo, le dijo: “¿Qué es esto que oigo sobre ti? Da cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando”». Un verbo griego, más bien extraño, pudo haber sugerido al evangelista introducir en este punto de su escrito esta parábola. Se dice de este administrador que fue denunciado de «dilapidar» las posesiones de su señor; es lo mismo que se dice en la parábola anterior sobre el hijo menor −el mal llamado «pródigo»−: «Dilapidó su haber viviendo sin freno» (Lc15,13).

«El administrador se dijo a sí mismo: “¿Qué haré…?”». Lucas usa una expresión que ya conocemos. Es la misma que usa aquel rico cuyos campos produjeron tanto fruto que sus graneros no daban abasto: «Razonaba en sí mismo diciendo: “¿Qué haré…?”» (Lc 12,17). En esta situación desesperada el administrador se revela como un hombre que conoce sus límites: «Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza…». Encuentra, entonces, otra solución a la emergencia: «Ya sé lo que voy a hacer, para que, cuando sea removido de la administración, me reciban en sus casas». Y, en el escaso tiempo de que disponía aún, puso en práctica su plan, que consiste en granjearse amigos con las mismas posesiones de su señor. Llamando uno por uno a los deudores de su señor, les redujo la deuda a la mitad o en un 20%: «”¿Cuánto debes a mi señor?”. Respondió: “Cien medidas de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo, sientate en seguida y escribe cincuenta”…». Si una mala administración le iba a costar el cargo, esto, que es un puro y simple robo, se espera que le cueste la ira del señor y un ejemplar castigo.  La reacción de su señor, en cambio, es esta otra: «El señor alabó al administrador injusto, porque había obrado astutamente». ¡No lo alabó por su injusticia! ¡Lo alabó por su veloz reacción y su astucia! En efecto, logró su objetivo. Los deudores del señor quedaron en deuda con él y, ciertamente, lo recibirán en sus casas, de manera que no tenga que cavar ni mendigar.

Esta reacción también tiene relación con la que tomó oportunamente el hijo pródigo, antes de morirse de hambre: «Entrando en sí mismo dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí perezco de hambre. Me levantaré, iré donde mi padre y le diré…» (Lc 15,17-18). También él logró su objetivo.

Por medio de esta parábola del «administrador astuto», Jesús quiere mover a todos los discípulos −a ellos se dirige la parábola− a tomar decisiones veloces y astutas, ¡pero en favor del bien! Jesús agrega un reproche, que no son ya palabras del señor dentro de la parábola, sino suyas, como conclusión de esa enseñanza: «Porque los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz». Es admirable la astucia de los que actúan en la oscuridad, los que cometen fraude, los que roban, los que delinquen, o simplemente de los que manejan los negocios de este mundo. ¡Cuántos miles de personas atraen los que organizan eventos de este mundo, un partido de fútbol, el concierto de un cantante de moda, etc.! ¡Qué pocos reunimos, en cambio, para escuchar la Palabra de Dios o para darle culto! Jesús quiere que todos seamos como San Pablo, que escribe a los corintios: «Concedido, yo en nada les fui de peso; pero, siendo astuto, los conquisté a ustedes con dolo» (2Cor 12,16)

Las sentencias que siguen son un intento de dar una explicación a la difícil parábola: «Yo les digo: Haganse amigos con el dinero injusto (mamona injusta), para que, cuando llegue a faltar, los reciban en las eternas moradas». La enseñanza de Jesús es clara: el dinero y todas las posesiones de este mundo nos han sido dadas solamente en administración y esto, tan sólo durante el breve tiempo de nuestra vida en este mundo −«Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré» (Job 1,21)−, con el único fin de hacer con ellas el bien a los demás. Y, entonces, adquieren una dimensión eterna: «Para que los reciban en las moradas eternas». Pero esto es lo que hay que hacer con el «dinero justo». La fuerza de la parábola introdujo aquí la expresión «dinero injusto». El «dinero injusto» no puede cohonestarse, sino restituyendo la justicia; si es robado, devolviendolo a su dueño.

Lucas introduce aquí diversas sentencias de Jesús que tienen relación con el dinero. Él llama al dinero «lo mínimo», «lo injusto», «lo ajeno». Ya hemos dicho que es dado solamente en administración para hacer el bien. Jesús declara: «Si ustedes no han sido fieles con lo ajeno, ¿quién les dará lo que es de ustedes?  Entendemos que «lo ajeno» son las riquezas materiales. No permanecen con nosotros para siempre ¿Qué es lo propio? Lo propio es lo que, una vez dado, no puede perderse, porque es eterno. Respondamos con las palabras de San Pablo: «Todo es de ustedes; pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios» (1Cor 3,21.22-23). Esto es lo que se nos dará, si somos fieles en lo mínimo y en lo ajeno durante nuestro paso por este mundo.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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