Cartas Pastorales

Contemplar el Evangelio de hoy jueves 11 de agosto de 2022

Día litúrgico: Jueves 19 del tiempo ordinario

11 de Agosto: Santa Clara de Asís, virgen

Texto del Evangelio (Mt 18,21—19,1):

Se acercó Pedro y le preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por eso, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: ‘Dame un plazo y te pagaré todo’. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.

Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que me debes’. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te pagaré la deuda’. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: ‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?’. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.

Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.

Palabra del Señor.

Reflexión

El evangelio de hoy está centrado en el misterio del perdón. Es probablemente la enseñanza evangélica más difícil de vivir y más necesaria para la convivencia humana y la fraternidad cristiana.

La primera actitud frente a aquellos que nos han ofendido, es algo que nos viene de la carne y de la sangre. Tendemos a reaccionar instintivamente, o incluso racionalmente: o con el rencor, la bronca, la venganza, el corte inmediato de la relación, negarle el saludo o no dirigirle más la palabra.

Dios es todo lo contrario: ama y busca al pecador, a quien lo ha ofendido, como el buen pastor a la oveja perdida.

Luego Mateo narra la parábola de los dos deudores. Dios es el rey que perdona a quien tiene una deuda “impagable” con Él. Por pura gracia y porque Él es misericordia pura.

Pero quien es agraciado por ese rey tan generoso resulta ser luego mezquino y vengativo con los demás. Esa es la historia de la humanidad: la historia de todas las guerras, de los conflictos familiares, de muchos enfrentamientos sociales.

Y el “no-perdón” mantiene abierta la herida producida por la ofensa. Una herida que sangra sin cerrarse. A veces se trata de cosas chiquitas, que ni valdría la pena considerar. Y a veces, de heridas muy profundas que alguien nos ocasionó. Aquí es todavía más importante el perdón. De lo contrario, esas heridas no solo no cicatrizarán, sino que pueden agravarse con el paso del tiempo.

Volviendo a la parábola: todos estamos en deuda con Dios y entre nosotros. Pablo dice: “que la única deuda que haya entre ustedes sea la del amor” (Rom. 13,8) Y en eso, todos estamos en falta. No amamos a los demás como deberíamos, como nos enseña Jesús. Por eso nos cuesta tanto perdonar. Y perdonar “de corazón”.

Ser seguidores de Jesús nos obliga a cosas difíciles: ¿No es demasiado ya perdonar siete veces? ¿Y no será una exageración lo de setenta veces siete ¿No estaremos favoreciendo que reincida el ofensor? ¿Y dónde queda la justicia? Pero Jesús nos dice que sus seguidores deben perdonar. En el Padrenuestro, Jesús nos enseñó a decir: “Perdónanos como nosotros perdonamos”. En el sermón de la montaña nos dijo lo de ir a reconciliarnos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar y lo de saludar también al que no nos saluda… Recordemos que una de las bienaventuranzas es: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

¿A qué punto se encuentra nuestra capacidad de perdón? ¿Somos conscientes de que primero hemos sido objeto de la infinita misericordia y bondad del Señor?

Señor Jesús, tú que nos enseñas a perdonar siempre y nos has dado ejemplo de ello desde la cruz, danos la fuerza de tu Espíritu para que sigamos tus huellas, de tal modo que nuestro perdón a los hermanos sea para los demás un signo de tu amor y de tu Reino. Así mereceremos heredar tu bienaventuranza: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Amén.

Bendiciones.

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