Cartas Pastorales

Contemplar el Evangelio de hoy jueves 21 de octubre de 2021

Día litúrgico: Jueves 29 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 12,49-53):

Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!  Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra?  No, les digo que he venido a traer la división.  De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Palabra del Señor.

Reflexión

En el evangelio de hoy Jesús usa el símbolo del fuego. El fuego es irrefrenable, va encendiendo todo a su paso, y transmite su calor a lo que está cerca. Así, ardientes y contagiosos, quiere Jesús que vivamos. Él no se conforma con medias tintas. Nos quiere encendidos.

En un estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: “Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”. ¿De qué está hablando Jesús? Aunque su lenguaje tenga un carácter enigmático, en cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.

“El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Este fuego, es una fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar. Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón, porque sólo partiendo del corazón el incendio del amor divino podrá extenderse y hacer progresar el Reino de Dios”. (Papa Francisco)

También en el evangelio, hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención y hace falta comprenderla bien y es cuando se refiere a que no ha venido a traer al mundo paz, sino la división. Quien conozca, aunque sea mínimamente, el evangelio de Cristo, sabe que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, “es nuestra paz” (Ef 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice, según la redacción de san Lucas, que ha venido a traer la “división”, o según la redacción de san Mateo, la “espada”?

Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.

Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias. En efecto, el amor a los padres es un mandamiento sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos de Jesús, los cristianos se convierten en “instrumentos de su paz”, según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien y pagando personalmente el precio que esto implica.

La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos. Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.

¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús?

¿Dónde  podemos experimentar la fuerza de su libertad creadora?

¿Nuestras actitudes son reflejo de nuestra pasión por Jesús y su evangelio?

Seguirte no es fácil, Señor. Con nuestros familiares podemos  tener dificultades por ser tus discípulos. danos la fuerza del espíritu para no abandonarte y respeto hacia quienes no creen en ti. Amén.

Bendiciones

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