Día litúrgico: Miércoles 32 del tiempo ordinario
15 de noviembre: San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia
Texto del Evangelio (Lc 17,11-19):
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba sano, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?” Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor.
Reflexión
En el evangelio de hoy nos encontramos con un hermoso relato de curación cuyo tema dominante es el de la gratitud. Vivir con gratitud y alabar a Dios por todo aquello que recibimos de Él, es la imagen que se desarrolla a la luz de los diez leprosos que fueron curados.
Hoy podemos comprobar, además, como nuestra actitud de fe puede remover el corazón del Señor. El hecho es que unos leprosos, venciendo la reprobación social que sufrían los que tenían la lepra y con una buena dosis de audacia, se acercan a Jesús y —podríamos decir entre comillas— le obligan con su confiada petición: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» El grito de aquellos diez leprosos es una exhortación a reforzar y hacer más audaz nuestra oración.
Jesús, como su Padre que está en el cielo, no es sordo a la oración de los pobres. Su respuesta es inmediata y fulminante: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Él, que es el Señor, muestra su poder, ya que durante el trayecto los diez quedan curados de la lepra.
Esto nos muestra que la medida de los milagros de Cristo es, justamente, la medida de nuestra fe y confianza en Dios. ¿Qué hemos de hacer nosotros —pobres criaturas— ante Dios, sino confiar en Él? Pero con una fe operativa, que nos mueve a obedecer las indicaciones de Dios.
Y, como coronación de la confianza en Dios, llega el desbordamiento de la alegría y del agradecimiento: en efecto, «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias».
Pero…, ¡qué lástima! De diez beneficiarios de aquel gran milagro, sólo regresó uno. ¡Qué ingratos somos cuando olvidamos con tanta facilidad que todo nos viene de Dios y que a él todo lo debemos! Jesús siente alegría por aquel samaritano y tristeza por todos los demás. Al Señor le gusta que le den las gracias. No porque lo necesite, sino porque es saludable para nosotros entender que se lo debemos todo a Él: lo que somos, lo que hemos recibido, todo viene de Dios. Y dichosos seremos nosotros si, como aquel leproso, sabemos volver a los pies del Señor y darle gracias por todos los regalos que nos ha dado.
La pregunta que nos podemos hacer todos, como en un “chequeo de nuestro corazón”, es si sabemos ser agradecidos, tanto para con Dios como para los que nos rodean, a los que también debemos muchos detalles y delicadezas.
Si no somos capaces de descubrir como regalos de Dios la vida, la salud, las cualidades que tenemos, la compañía de las personas, los bienes de este mundo, los medios de salvación que tenemos en la Iglesia (la fe, la Palabra de Dios, el perdón sacramental, la Eucaristía, el ejemplo y la ayuda de la Virgen y los santos) nos parecemos a aquellos leprosos que tenían muy espontánea la oración de petición, pero no tanto la de acción de gracias.
Al leproso samaritano se le curó no solo el cuerpo sino también el corazón. Los otros nueve quedaron curados en el cuerpo, pero su corazón continuaba enfermo, incapaz de mostrar agradecimiento. Es la oración de acción de gracias que nunca debe apagarse en la boca del discípulo. Aprendamos a agradecer y a glorificar al Señor tras cada una de las Gracias que nos concede. Estas son muchas cada día.
De alguna manera, todos somos leprosos. Necesitamos la salud que desciende sólo del Señor ¿De qué necesitamos ser sanados? ¿Qué tan profunda y decidida es nuestra fe? ¿Acostumbramos a agradecer por los dones y las gracias que el Señor nos regala cada día?
Gracias, Señor, por todo lo que haces por nosotros: nos has dado la fe, la vida, los amigos y muchas cosas hermosas. Concédenos también la capacidad de darte gracias, de reconocer tu acción en nuestra vida y en la historia de la humanidad. Amén.
Bendiciones.