Día litúrgico: Navidad: 4 de Enero
4 de Enero: Santa Elizabeth Ann Seton
Texto del Evangelio (Jn 1,35-42):
Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios”.
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué quieren?”
Ellos le respondieron: “Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?”
“Vengan y lo verán”, les dijo.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas”, que traducido significa Pedro.
Palabra del Señor.
Reflexión
Juan Bautista, al presentar a Jesús como el “Cordero de Dios”, hace una invitación a todo aquel que desee conocerlo. Y no lo muestra revestido de poder ni de gloria deslumbrante y cegadora; al contrario, él aparece débil, indefenso y sin poder.
El testimonio de Juan les sirve a sus discípulos para hacerse una idea de quién es Jesús; sin embargo, es el encuentro personal con el Maestro lo que les abrirá el deseo de seguirlo e imitarlo.
Hoy pueden ser muchas las personas que dicen “seguir” a Jesús, pero son pocos los que lo “imitan”.
La pregunta que formula el Señor a los discípulos sobre lo que buscan es la misma que se ha hecho cada creyente en algún momento de su vida: “¿Qué busco al seguir a Jesús?”. Si a Jesús solo se le busca como una teoría, curiosidad, interés o simplemente para dudar acerca de lo que dijo o no dijo, seguramente, calzarán respuestas de todo tipo. Pero no resolverá la cuestión de fondo: encontrarse con alguien y no algo.
Los discípulos de Juan no están interesados en “teorías” sobre Jesús ni en qué puedan decir, sino que buscan entablar un lazo de intimidad y permanecer con él. A la hora de hacer el balance de su opción, tanto Andrés como Simón sintieron que valió la pena ir donde Jesús y conocer cómo vivía. Aquella fue la oportunidad para superar la temporalidad, el tedio, la rutina, incluso el sufrimiento que desarticula toda esperanza, pero también la instancia esencial de las decisiones acertadas, esas que se disciernen entre ganancias y pérdidas.
Nadie puede hacer una verdadera experiencia de Cristo y no quedar con alguna huella visible. El conocimiento de Cristo nos lleva a tener una necesidad muy grande de trasmitirlo a los demás.
El apostolado brota en todo corazón como una exigencia de quien ha experimentado el amor de Dios en su alma y desea ardientemente que los demás también puedan gozar de este maravilloso encuentro.
En los tiempos que vivimos, por muchas razones, ese encuentro personal con Cristo pierde su fuerza y vigor. No permitamos que así suceda, pues solo la renovación de ese “permanecer con Jesús”, nuestro primer amor, nos llevará necesariamente a mostrarlo a los demás para que también ellos alcancen la salvación.
La celebración de la Navidad ¿nos ha convencido de que vale la pena ser seguidores y apóstoles de Jesús? ¿Tenemos dentro una buena noticia para comunicar? ¿La transmitiremos a otros, como Andrés a su hermano Pedro?
Tú eres la luz, Señor Jesús, y quien te recibe descubre los caminos de la vida. Ven a disipar nuestras tinieblas, a fin de que nuestras manos, abiertas para acogerte, se unan también en señal de paz y en prenda de
unidad y de vida. Amén.
Bendiciones.