Cartas Pastorales

El Evangelio del Domingo 12 diciembre 2022

Domingo de Adviento 3-C

Lc 3,10-18

La Promesa es para cuantos llame el Señor, Dios nuestro

El Evangelio de este Domingo III de Adviento nos presenta a Juan Bautista, el Precursor, en plena acción, cumpliendo su misión de «preparar el camino del Señor», después de que vino sobre él la Palabra de Dios, mientras se encontraba en el desierto donde «vivió hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80).

Como hemos visto el domingo pasado –Domingo II de Adviento–, la manifestación de Juan ocurrió en año 29 d.C. –décimo quinto del emperador Tiberio (14-37 d.C.)–, cuando vino sobre él la Palabra de Dios y entonces «se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Lc 3,3). Caracterizaba la misión de Juan este rito del bautismo –baño con agua–, hasta el punto de ser llamado comúnmente: Juan el Bautista. Jesús comenzó su propia misión en el contexto del Bautismo de Juan. Juan concluyó su camino antes de que comenzara el de Jesús, como leemos en la frase siguiente al Evangelio de hoy: «Herodes, el tetrarca, reprendido por él a causa de Herodías, la mujer de su hermano, y a causa de todas las malas acciones que había hecho, añadió a todas ellas la de encerrar a Juan en la cárcel» (Lc 3,19-20). Lo que el evangelista quiere afirmar es que Juan pertenece al tiempo de la promesa y no al del cumplimiento; al tiempo de la espera y no al de la venida del Salvador, tal como lo define Jesús: «La Ley y los profetas hasta Juan; desde entonces es evangelizado el Reino de Dios» (Lc 16,16). Jesús formó el grupo de los Doce eligiéndolos de entre los discípulos de Juan; pero el mismo Juan no fue de ese grupo.

Juan pertenece al tiempo de «la Ley y los profetas» y su predicación es como la de los antiguos profetas. Sobre él, Jesús dice: «Es un profeta; y más que un profeta» (Lc 7,26). Como los antiguos profetas, Juan anuncia la venida del Salvador, pero no distingue dos venidas, una en la humildad de nuestra condición humana y otra en la majestad de su condición divina; una nacido de mujer, cuando «vino la plenitud del tiempo» (cf. Gal 4,4) y otra para poner fin al tiempo e inaugurar el Reino que no tendrá fin. Por eso, describe los rasgos de la primera venida con los de la segunda, cuando se producirá la separación de unos y otros: «Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego… viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias… En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga». Cuando comenzó Jesús su misión y, lejos de aplicar el hacha, comía con publicanos y pecadores para llamarlos a conversión y se presenta como el pastor que va en busca de la oveja perdida y la trae al redil sobre sus hombros, desconcertó a Juan, que le manda preguntar desde la cárcel: « ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Lc 7,19). Cuando Jesús anunció repetidamente que Él debía sufrir mucho y ser sometido a muerte, desconcertó a sus propios discípulos, que no osaban tratar este tema y, cuando Jesús fue humillado y crucificado, lo abandonaron, como Él lo había anunciado: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» (Mc 14,27). Esta fue en su primera venida.

La predicación de Juan se refiere entonces más bien a la segunda venida de Cristo, cuando efectivamente se producirá la separación: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos…». Entonces ocurrirá lo que anunciaba Juan: «Dirá a los de la derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, hereden el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo…”… Dirá a los de la izquierda: “Apartense de mí, malditos, al fuego eterno…”» (cf. Mt 25,31-46). Ante esa predicación de Juan la reacción de la gente fue la esperada: « ¿Qué debemos hacer?». La respuesta interesa a nosotros, que en nuestro tiempo presente estamos precisamente esperando la segunda venida de Jesús: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo». Corresponde a lo mismo que indica Jesús como criterio para la separación final: «Estaba desnudo y me vistieron (o no me vistieron)… hambriento y me dieron de comer (o no me dieron de comer) …».

Después de que Jesús ascendió al cielo y sus discípulos quedaron mirando al cielo, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido de entre ustedes elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto ir al cielo» (Hech 1,11). Desde ese momento, comenzó la espera de su venida final, nuestro adviento. Después de Pentecostés, Pedro comenzó la predicación que era ya una preparación para esa venida futura: «Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: …» (Hech 2,14). Pedro asegura que con esa efusión del Espíritu Santo se estaba cumpliendo lo anunciado por los profetas sobre el último día: «Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne… Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra… antes de que llegue el Día grande del Señor…» (Hech 2,17.19-20). La reacción fue idéntica a la que tuvo la predicación de Juan: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» (Hech 2,37). La respuesta de Pedro es la que debemos acoger nosotros, que es la que rige para este tiempo de preparación para la venida final de Cristo: «Conviertanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro» (Hech 2,38-39). El tiempo del Adviento es un tiempo de gracia que se nos concede para que nosotros también nos preguntemos: ¿Qué debemos hacer para ser destinatarios de esa Promesa y podamos contarnos en el número de los que «llame el Señor Dios nuestro»?

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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