Cartas Pastorales

Contemplar el Evangelio de hoy lunes 7 de junio de 2021

Día litúrgico: Lunes 10 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo     

Texto del Evangelio (Mt 4, 25—5, 12): Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.

Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los afligidos, porque serán consolados

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.

Palabra del Señor.

Reflexión

En el evangelio de hoy, Jesús proclama a sus seguidores la carta magna del Reino: “Las Bienaventuranzas”. Así como Moisés en el Monte Sinaí, anunció de parte de Dios el decálogo de la alianza a su pueblo, ahora Jesús el nuevo y definitivo Moisés, en la montaña propone su nuevo código de vida. Es un compendio de la nueva ley, los principios fundamentales que nos ayudan a vivir cristianamente.

Las Bienaventuranzas están destinadas a todo el mundo. El Maestro no sólo enseña a los discípulos que le rodean, ni excluye a ninguna clase de personas, sino que presenta un mensaje universal. Este camino que nos enseña Jesús es en verdad paradójico: llama felices a los pobres, a los humildes,

a los de corazón misericordioso, a los que trabajan por la paz, a los que lloran y son perseguidos, a los limpios de corazón. Naturalmente la felicidad no está en la misma pobreza, o en las lágrimas o en la persecución; sino en lo que esta actitud de apertura y de sencillez representa y en el premio que Jesús promete.

La propuesta de Jesús es revolucionaria, sencilla y profunda, gozosa y exigente. Se podría decir que el único que la ha llevado a cabo en plenitud es el mismo. Él es pobre, el que crea paz, el misericordioso, el limpio de corazón, el perseguido y que ahora está glorificado como Señor en la felicidad plena.

Las bienaventuranzas no son un consuelo para los atribulados del mundo, sino más bien una invitación a eliminar las causas de sus tribulaciones. Jesús no está animando a las personas a una resignación pasiva, sino que animando a la comunidad a tomar una acción decidida para cambiar las cosas…para buscar el reinado de Dios.

Bien poco se parecen las bienaventuranzas de Jesús a las bienaventuranzas de nuestra sociedad. Nuestra sociedad proclama felices a los que tienen mucho dinero, a los que ocupan los primeros puestos, a los triunfadores, a los guapos, a los que disfrutan de la vida sin escrúpulos… ¿Quién acierta? Cristiano es el que experimenta en su vida que Jesús tiene razón y da en el clavo siempre. Se adentra por el camino que Jesús vivió y predicó y experimenta, por sí mismo, la verdad de la vida y de las palabras de Jesús… también de sus bienaventuranzas.

¿Creemos y seguimos las bienaventuranzas de Jesús o nos llaman más la atención las de este mundo?

Si no somos totalmente felices, ¿No será porque no somos pobres sencillos de corazón, misericordiosos, pacíficos, abiertos a Dios y al prójimo?

Padre de Misericordia, permítenos irradiar misericordia para con todos los que nos rodean como el fruto más importante que podamos cosechar de nuestra vida Amén.

Bendiciones

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